martes, 17 de diciembre de 2013

San Lorenzo Vista Hermosa, Amatitlán. En la Revolución

Etimología: En mixteco se le llamó “Yucushido” que significa cerro de la yerba; su etimología es: yucu= cerro, shido= yerba. La yerba a la que se refiere es aquella que se utilizaba para matar coyotes y que en las laderas cercanas a el pueblo se le puede encontrar en gran cantidad. Con el nombre de Rancho de la Yerba se le conocía anteriormente.
Recibe el nombre actual desde el año de 1930, por decreto del Gobierno del Estado debido a su situación topográfica vista desde la entrada del pueblo y desde el Cerro del Tepeyac; aunque también se dice que el nombre se deriva porque cuando vieron a la imagen del Santo Patrón recién comprada, esta tenía una mirada muy hermosa y a iniciativa del cura Juan Barragán, se le puso el nombre actual a este pueblo.
Al sur de este pueblo, en el Cerro Tranca se asentó un antiguo grupo mixteco al parecer de la fase Nuiñe, en 1972 se encontraron los vestigios de esta cultura y entre ellos había objetos como ollas, metates, y huesos humanos; se estimó en ese año que había 27 tumbas. Se tenía pensado hacer un museo comunitario pero dicha idea no se llevó a cabo, pero se debe meter una solicitud al INAH y CONACULTA para hacer un mueso comunitario.
En el cerro Obispo, en unas piedras cercanas a una cueva se pueden ver pinturas rupestres hechas por antiguos mixtecos, desgraciadamente algunas personas por ociosidad han intentado destruirlas.No muy lejos de este cerro se encuentra el cerro de Mazatepec, nombre que recibía un antiguo pueblo que habitó en ese lugar, del antiguo pueblo de Mazatepec sólo se han encontrado vestigios que la gente ha ido destruyendo como ollas, molcajetes, etc.
Cuenta la tradición que los primeros habitantes de este pueblo fueron originarios de Santa Catarina y hablaban el dialecto mixteco; esto se puede corroborar con la antiguedad de Santa Catarina, ya que es un pueblo muy viejo que en el año 1550 ya existía, al parecer sus habitantes se cambiaron de mazatepec a Santa Catarina; después, durante la revolución llegaron otras personas de los pueblos vecinos del estado de Puebla como Chila de las Flores, Petlalcingo, San Bernardo,San Pedro Yeloixtlahuaca, Santa Ana, etc.
Durante la época de la revolución, cerca de esta comunidad se refugiaban grupos de revolucionarios zapatistas y algunas personas del pueblo les daban ayuda alimenticia; entre ellas tenemos a la Sra. Ciriaca Guzmán, Juana Martínez, Pedro Santos,etc. En las cuatro cuevas del cerro de las Trincheras, en las seis del cerro Campana, en las cuatro cuevas del cerro Cuarto y la “joya de las borregas” se escondían y servían de guarnición a los zapatistas. En las cuevas de “las colelas” y “corral falso” se refugiaban y servían de punto de partida para sus campañas al Capitán Julián Nila que era originario de Santa Catarina y también sus subalternos eran de ese pueblo entre ellos ”Pancho” Nila, Eugenio Santos y Cayetano Martínez; había también revolucionarios de Los Ciruelos y del Rancho de la Yerba (San Lorenzo V.H.). Después de la revolución los zapatistas se asentaron en el pueblo de San Lorenzo, algunos de ellos eran de otros pueblos; entre las personas que estuvieron en el zapatismo se recuerda a el Sr. Teófilo Santos, “Pancho” Basilio Cruz, Desiderio Cortés, Bonifacio Santos, Juan Silvano, Mauro Méndez, Ernesto Guzmán, Pedro Vidal, Nicolas García, Pedro Rojas, Pedro Reyes, Eusebio Guzmán y Anastacio Cruz. En la etapa de la Revolución se recuerda al Sr. Gregorio Méndez como el Comandante del pueblo y cualquier grupo de zapatistas y carrancistas hablaban con esta persona, de acuerdo a las necesidades mandaban a traer comida y tortillas en las casas del pueblo. Algunas veces los revolucionarios robaban chivos y se los iban a comer en las cuevas antes mencionadas. En el cerro Cuarto los revolucionarios construyeron pequeños muros que simulaban cuartos (de ahí su nombre); estos muros posiblemente servían de defensa en caso de que sus enemigos entraran. Por tradición se sabe que un grupo de zapatistas que venían huyendo ya no podían cargar con el dinero y armas que llevaban, entonces en algún lugar del cerro Cuarto ocultaron su carga y le dijeron a un soldado que se tenía que quedar a cuidar el dinero – el soldado dijo que sí- más nunca supo que iba a ser para siempre porque lo mataron sus jefes; pasados los años, la gente del pueblo intentó buscar el dinero y en su afán de búsqueda destruyeron los muros de las cuevas y buscaron por diferentes puntos, pero ya no siguieron porque según las supersticiones el muerto los espantaba. Lo mismo se dice del cerro Campana en donde ocultaron armas y máquinas de escribir.

Cuando el pueblo se formó, eran muy pocas gentes y estaba ubicado por el cerro Tranca, pero cuando llegaron los tiempos de la revolución, los zapatistas y los federales les hacían mucho daño y los atemorizaban constantemente y fue así que por los zapatistas la gente empezó a “bajar” y cambiarse al lugar que ocupa actualmente el pueblo; el lugar en dodnde está ahora el pueblo estaba muy feo, era una nopalera, cubatera y huizachera.
 Juan Carlos Bonilla

lunes, 16 de diciembre de 2013

La educaciòn en la mixteca despuès de la Revoluciòn

 
 
Pero aquí cada autor ha puesto el énfasis en el pueblo, aquel protagonista idealizado de la utopía de la Revolución mexicana. Aquí no hallará el lector los retratos del poderoso sino los de las masas rurales tal como las hallaron las primitivas cámaras fotográficas del siglo XX. Más primitivas aún eran las condiciones materiales en las que vivían nuestros ancestros hace apenas cien años. La anterior fue la centuria de las hambrunas y las pestes. Las fotos nos muestran a indios andrajosos aferrados a la vida. Pero lo realmente interesante es la enseñanza que nos deja esta obra en su conjunto: quiénes, dónde y cómo se construyó la utopía revolucionaria en Oaxaca. A lo largo de estas páginas el lector podrá ver aquellas condiciones materiales en las que vivieron los no tan antiguos oaxaqueños y los esfuerzos que hizo por redimirlos un estado nacional surgido tras una larga guerra civil. Así transitaremos de la utopía redentora de un José Vasconcelos hasta el eclipse total de sol en Miahuatlán que en los años setentas del siglo pasado fue el augurio simbólico del fin del nacionalismo revolucionario.
Indios mixtecos.

El paisano José Vasconcelos, acaso la mejor herencia que nos dejó la “bola” en Oaxaca, fue el único constructor de utopías de largo alcance. Por utopía debe entenderse la conjugación de situaciones ideales en un territorio igualmente ideal. Su filosofía le permitió ver claramente nuestro problema: aislamiento geográfico, analfabetismo y olvido del pasado propio. Este miserable tríptico de atavismos formaron el escollo que como enorme roca en medio del camino, nos impedía siquiera ver la forma de la ruta que nos esperaba más adelante, pero eso no quitaba que la nuestra fuera una raza cósmica capaz de expresarse a sí misma con enorme dignidad y con inigualable belleza si tan solo se le dotara de las herramientas intelectuales del saber en las ciencias y el hacer en las artes. No otra cosa está en la base del lema de la Universidad Nacional que él fundó: “Por mi raza hablará el espíritu”.
Hallaremos las fotos del motor vasconceliano que transformaría radicalmente situación tan lastimera: las escuelas. Se debe a que los coordinadores obtuvieron varias imágenes de los archivos fotográficos de la Secretaría de Educación Pública, fundada por Vasconcelos precisamente para enseñar a escribir, leer y hacer operaciones básica de aritmética a los niños mexicanos.
Aula en la Mixteca.
Lo que yo veo en algunas de estas fotos es la construcción de la utopía nacionalista hasta en los últimos rincones de Oaxaca. ¿Cómo hacerles saber a estos miserables paisanos que tuvieron un pasado culturalmente glorioso? ¿Cómo hacerlos sentir la pertenencia a una patria común; cómo enseñarlos a criticar su presente y cómo convencerlos para innovar acciones colectivas que rompieran las cadenas que les ataban al mal comer, a la insalubridad y a la explotación?
Vasconcelos imaginó que los libros harían tal trabajo. Fue más lejos aún, hasta la fuente misma donde se hallaba la energía que movería todos los obstáculos teniendo sus libros en las manos: la maestra y el maestro. Hoy ya es historia. A aquel impulso acudieron por cientos hombres y mujeres. Con más voluntad que medios materiales arribaron a pie a lugares remotos a divulgar el nuevo evangelio revolucionario. Toda la nación estaba empeñada en tan vigorosa tarea. Ya lo olvidamos, por supuesto. Nos queda la ironía de la historia que hizo que el gran Vasconcelos se estrellara una y otra vez frente al pistolerismo “revolucionario”... Pero aquí es donde las fotos de estos libros son tan útiles, porque nos recuerdan que ya lo hicimos antes, que un lejano día tuvimos coraje y fuimos con nada más que los brazos y el corazón a ayudar en donde más se necesitaba.
Reparto de útiles escolares en la Mixteca.
Los gobiernos revolucionarios, influenciados por los ideales comunistas, socialistas y anarquistas –tan fuertes en la época– impusieron una dura batalla contra las lacras sociales. Emprendieron campañas contra el alcoholismo; debatieron con quienes se oponían a que las escuelas fueran mixtas; obligaron con todos los medios a su alcance a los padres para que no solo enviaran a sus niños a la escuela sino también a sus hijas. Buscaron la manera de darles libros y útiles escolares y más tarde se propusieron como meta darles de desayunar en la escuela. No pudo la patria mantener ese ritmo, pero sí pudieron la Sabritas y la Coca Cola llegar y surtir su mercancía hasta el último rincón de nuestra geografía. Los gobiernos trataron de combatir la violencia doméstica tanto como los juegos de azar. El trabajo era una cosa muy seria y el ocio debía ocuparse en tareas de cultura general y esparcimiento sano. El presidente de la república era el primero en decir que estaba entregado al “trabajo fecundo y creador”... Un gobernador de ideas socialistas imponía su credo: “démosle al indio la razón aunque no la tenga”... Había rumbo, había metas, había ideales que habían costado sangre. La nación se multiplicaba al tiempo que el paternalismo aumentaba. 
 
Una jornada en el patio escolar podría comenzar entonando el Himno Regional Socialista para enseguida entregarse al entonamiento físico del cuerpo. Hacer gimnasia sueca significaba varias cosas, pero de entrada la participación colectiva al unísono: coordinación motriz, disciplina, ritmo, trabajo en equipo, oxigenación óptima de la sangre, aspirar-contener-exhalar y como consecuencia una felicidad grupal inexplicable. “Mente sana en cuerpo sano” fue la divisa para educar integralmente a nuestros padres. Estas ideas las arrumbamos hasta ahora que el mismo Estado ha tenido que declarar que sufre nuestra infancia una epidemia de obesidad y prediabetes y que está pensando seriamente desempolvar la vieja calistenia en las escuelas...
Escolares de la Costa haciendo gimnasia sueca...
Quienes pueden pagan una membresía en un gimnasio particular que es más un centro social que deportivo pero dentro del cual nos aislamos conectados a los audífonos de nuestro smart phone. ¿Quién ignora que hacer ejercicio estimula las endorfinas que esparcen la química semilla de la felicidad en el cuerpo? Hoy “el chemo y el churro” son una alternativa barata y masiva para ingresar a una felicidad parda donde por lo menos se olvida momentáneamente el hambre.
Decenas de niños y niñas aparecen en estas fotos haciendo sus tablas gimnásticas, en sus calzones de manta como uniformes deportivos; descalzos pues los tenis marca “Náic” (Nike, en inglés) se inventarían décadas después. En el fondo de estos nuevos contenidos educativos que fomentaba la Secretaría de Educación Pública estaba una leyenda universal que los hijos de la Revolución mexicana triunfante deberíamos estar prestos a replicar: la del soldado griego Filípides, inspirador del maratón olímpico.
Quizás les diga algo más si abundamos brevemente. La historia es cinco siglos anterior a Jesucristo. Los persas, unos bárbaros desde el punto de vista de la historia occidental, eran un ejército imbatible y habían anunciado que irían sobre Atenas, la ciudad más hermosa de la antigüedad. Les amenazaron que harían suyas a sus mujeres, que esclavizarían a sus niños y que no dejarían piedra sobre piedra. Todos los griegos que pudieran sostener una espada en sus brazos salieron a hacerles frente en la planicie de Maratón. En Atenas solo se quedaron las mujeres y los niños. Rezando todas. Habían convenido con sus esposos, hijos y padres, que si perdían la guerra se suicidarían en masa antes que caer cautivas de los enemigos. Para eso necesitaban que el último de sus soldados con vida les avisara el resultado del choque militar de inmediato, pero si esto no ocurría el mismo día, significaría el fin y antes de que se ocultara el sol se matarían todas. La batalla fue sangrienta y larga y triunfó el pequeño ejército de Atenas, pero el tiempo se acababa y con él la tarde. Filípides, el soldado, corrió muchos kilómetros sin parar hacia la plaza de Atenas. Al fin, frente a la multitud de mujeres, antes de que le reventara el corazón por el esfuerzo realizado, pronunció una sola palabra: Niké... es decir, triunfamos. Niké se pronuncia hoy “naic” y como todos sabemos es una marca gringa de ropa deportiva y es el ideal de los tenis que desean nuestros jóvenes, indígenas o no. Pero lo importante en el México de los años treintas era la moraleja: te sacrificarás por los tuyos, por eso deberás preparar tu mente tanto como tu cuerpo. Eso es lo que te hará sobrevivir a todo.
Brigada médica en la Mixteca.
En el repaso de imágenes lo que se revela aquí en conjunto es que México tenía claro a dónde llegar, pero no podía. Se ve en el conjunto de fotos un esfuerzo gigantesco por construir caminos, escuelas, costureros, clínicas, etcétera. Cientos de hombres salen picos y palas en mano a hacer sus caminos, las vías de acceso a la educación, a la salud, al comercio. El periodo que reseñan estos libros está marcado por un ímpetu imbatible de acabar con el aislamiento geográfico. Es el siglo de las escuelas y carreteras. Por ellas sacarán sus productos e ingresarán bienes de consumo más variados y quizás más económicos. Esas serán las rutas que los llevarán a la migración masiva hacia las grandes capitales y al norte. Las que en sentido contrario les llevarán campañas de higiene personal, pues las epidemias son un problema que causa mucha mortandad; les enseñarán los empleados del Instituo Nacional Indigenista a rasurarse la cabeza, asiento de piojos y liendres. Los maestros les enseñarán el uso de letrinas alejadas de sus chozas, a hervir el agua, a asearse las manos, la boca, el cuerpo. Las enfermedades como el tifo, el paludismo, los males gastrointestinales y la influenza española diezman a la población y la hacen tan débil que para la Revolución resultan un estorbo inadmisible. Brigadas médicas y de salubridad recorren a pie las serranías y cañadas, pero la ignorancia y el fanatismo prevalecientes rechazan sus campañas de vacunación. Una y otra vez vuelven hasta que los convencen. Para estimular el cambio de mudas de ropa esas carreteras de terracería tan angostas les llevarán máquinas de coser y maestras que les enseñarán corte y confección a las mamás. Es muy importante para la salud colectiva lavar la ropa, hervirla para erradicar las pulgas y los ácaros. Para eso se necesita vestimenta nueva y barata que la mamá pueda hacer y adaptar fácilmente según van creciendo en tallas los hijos.

La matanza de chivos en Huajuapan de León, mitad artesanía, mitad industria.
 
 

domingo, 15 de diciembre de 2013

Sobresalen mixtecos poblanos en la Revolución Mexicana

IZÚCAR DE MATAMOROS, Pue.- Muchos de los personajes que participaron directa e indirectamente en la Revolución Mexicana fueron originarios de la región mixteca, principalmente de Izúcar de Matamoros, Chietla y Chiautla, quienes ofrendaron su vida buscando justicia e igualdad, así lo detalló el cronista Alfonso Gil Campos.

Señaló que desde antes de estallar la Revolución Mexicana el general Emiliano Zapata conocía muy bien estas tierras, comentó que en una ocasión luego de sostener una riña con un joven de Anenecuilco tuvo que huir del pueblo junto con su hermano Eufemio, llegaron a la hacienda de San Nicolás Tolentino en Izúcar de Matamoros, donde trabajaron como caballerangos asimismo en la Hacienda de Jaltepec, Chietla, y años más tarde, Zapata estuvo una vez más en Chietla para trabajar en la Hacienda La Esperanza.

Comentó que esta situación ayudó al caudillo del sur a conocer perfectamente las veredas y caminos de esta región luego de que estallara la Revolución Mexicana.


LA CASA DE DOÑA "LOLA" ERA CUARTEL

El cronista dio a conocer que es necesario recordar a una de las mujeres líderes de esa época, Dolores Campos Ponce, quien nació en el Rancho Los Limones de San Nicolás Tolentino en Izúcar, ella era una mujer analfabeta, sin embargo, sabía cabalgar y sembrar, fue educada de acuerdo a las reglas de su tiempo, se casó con Celestino Espinoza, quien llegó a ser un gran revolucionario.

Comentó que ella no participó directamente en la Revolución, sin embargo, su casa servía de cuartel y proporcionaba alimentación a las tropas, eso hizo que llegara a ser una gran líder, mientras que en el ámbito campesino fue conocida como "doña Lola", porque fue precursora del reparto agrarista.

Como dato curioso, cuando doña Lola se casó con Celestino Espinoza en el templo de Santo Domingo en Izúcar uno de los invitados especiales fue precisamente Emiliano Zapata.



FRANCISCO MENDOZA

En el municipio de Chietla en la comunidad de El Organal, nació uno de los grandes luchadores de la Revolución, el general Francisco Mendoza Palma, quien a pesar de no haber ido a la escuela por la condición de pobreza de sus padres, se dedicó a la venta del carbón, cuando supo de la Revolución se incorporó a las filas zapatistas.

El general participó en la toma de la hacienda de Atencingo, donde fusiló a siete españoles que se habían caracterizado por maltratar a trabajadores, participó en la toma de Jonacatepec, sitio y toma de Cuautla y fue uno de los firmantes del Plan de Ayala, además estuvo en Ixcamilpa el 30 de abril de 1912, cuando se hizo el primer reparto de tierras.

El general Mendoza combatió a los carrancistas en la zona de Atlixco e Izúcar de Matamoros alcanzó el grado de General de División, también participó en la toma de Puebla en diciembre de 1914.

Como dato curioso, cuando es fusilado Zapata en Chinameca, Francisco Mendoza recuperó el caballo As de Oros del Caudillo del Sur y la gente después lo veía como la imagen de Zapata.



SABINO BURGOS

Gil Campos Narró que otros de los destacables es sin duda Sabino Burgos, quien también nació en Chietla, se unió a los zapatistas en enero de 1912 como oficial de grupo, al principio estuvo bajo las órdenes del general Francisco Mendoza Palma, con quien estuvo dos años hasta que logró reunir sus propias fuerzas a las que pudo armar, por lo que posteriormente comenzó a actuar bajo las órdenes del mismo general Emiliano Zapata.

Se comenta que murió envenenado en 1926 del cual no hay un dato exacto, sin embargo, este chieteco alcanzó el grado de General de División.



AGUSTÍN CORTÉS

El cronista comentó que en Izúcar de Matamoros hay una gran leyenda en Santa María Xuchapa, la gente recuerda con respeto al general Agustín Cortés Huitzila, quien se incorporó a las filas revolucionarias del Ejército Libertador del Sur en 1910, recibía órdenes directas de Zapata con quien luchó por los estados de Puebla y Morelos.

El general Agustín Cortés Huitzila murió en Tepeojuma durante un combate que sostuvo con el general carrancista, Fernando Dávila, el 15 de noviembre de 1915, justo en la hacienda de Teruel, donde el zapatista cayó abatido, su caballo muy adiestrado llegó a su pueblo, su esposa Leonor al ver al jamelgo ensangrentado supo que había muerto.

Hoy en día se le recuerda con un desfile por las principales calles de la comunidad, honores y un festejo cultural en la plaza frente a su monumento.

OTROS REVOLUCIONARIOS

El historiador comentó que existen muchos revolucionarios más en la Mixteca por ejemplo en la zona de Chiautla de Tapia se encuentra Francisco Mercado Quiroz, quien fue de los firmantes del Plan de Ayala, desde niño se dedicó al campo en 1911, en septiembre se incorporó al Ejército Libertador del Sur, fue miembro de la escolta personal de Emiliano Zapata, posteriormente fue a luchar a los límites de Puebla y Guerrero, alcanzó el grado de teniente coronel.

Gil Campos comentó que hay otros personajes de los cuales hay muy poca información al respecto, como por ejemplo Agustín Ortiz y Cristóbal Domínguez, quienes también fueron firmantes del Plan de Ayala, señaló que muchos archivos se destruyeron, algunos personajes fueron reconocidos por el gobierno y otros sólo la historia los recuerda.

EL GENERAL Francisco Mendoza participó en la toma de la hacienda de Atencingo.

Los inicios de la Revolución Mexicana entre los pueblos mixtecos

Los inicios de la Revolución Mexicana entre los pueblos mixtecos

La Revolución no fue la misma para todos; los pueblos indígenas, siempre prestos para la defensa de la tierra, son una muestra de ello. El autor, abogado e intelectual indígena, recupera las batallas de los mixtecos para construir una historia desde abajo de este episodio histórico.
Francisco López Bárcenas
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México. En 2010, el gobierno federal de México montó un escenario mercantil para festejar el primer centenario del inicio de la Revolución Mexicana, el cual festejó exaltando la figura de Francisco I. Madero al tiempo que ignoraba la participación de Emiliano Zapata y Francisco Villa, los generales más populares y que dirigieron ejércitos que defendían las causas de los pueblos. Pero el centenario de la Revolución no se reduce a una fecha, tampoco a hechos de relevancia nacional. Los pueblos tienen sus propios tiempos y gestas que festejar, en los que sus antepasados participaron enarbolando sus propias banderas. En el presente texto se expone la forma en que los pueblos mixtecos participaron en el inicio de la Revolución Mexicana, las causas que los llevaron a tomar esa decisión y la manera en que lo hicieron.
Introducción
Cuando el general Emiliano Zapata, Comandante General del Ejército Libertador del Sur, se dirigió a todos los revolucionarios reunidos en Ayoxustla aquel 27 de noviembre de 1911 para que, si no tenían miedo, pasaran a firmar el Plan de Ayala. Entre los que se pusieron de pie y avanzaron hacia la mullida mesa sobre la cual se hallaba el histórico documento se encontraban cuatro mixtecos: el general Jesús Morales, originario del municipio de Petlalcingo -conocido entre su gente como “El Tuerto” Morales por la falta de un ojo que perdió de niño en una riña callejera-; el capitán Francisco Mendoza, del pueblo Organal, en Chietla; Catarino Mendoza, y Amador Acevedo, del Huauchinantla, todos del estado de Puebla.
La presencia de los mixtecos en tan importante acto obedecía a varias razones. Una de ellas era la cercanía geográfica con los rebeldes del estado de Morelos, lo que había facilitado que pelearan juntos en la época del maderismo; pero más significativo que eso era su cercanía ideológica y la desilusión que en ellos generó el incumplimiento del Plan de San Luis Potosí por Francisco I. Madero que, aunque de manera tibia, prometía devolver las tierras de las cuales los indígenas hubieran sido desojados de manera arbitraria. Los sucesos posteriores a la firma de los acuerdos de Ciudad Juárez, por los que Porfirio Díaz renunciaba al poder, mostraban claramente que Francisco I. Madero no pensaba cumplir su promesa y, por lo mismo, los campesinos que lo apoyaron se sintieron desligados de él y con el derecho de volver a las armas para recuperarlas. Así, pues, los unían los ideales de que la tierra volviera a sus legítimos dueños: los pueblos originarios de la región. Y ese era el punto central del Plan de Ayala al que ahora acudían a firmar.
El presente documento busca explicar las condiciones económicas, políticas y sociales que prevalecían entre los pueblos mixtecos, que permitieron que sus dirigentes y líderes rebeldes se identificaran con el zapatismo y que algunos de ellos participaran en la firma del Plan de Ayala. Con él se pretende mostrar que la historia de las rebeliones campesinas entre los pueblos mixtecos es distinta a la forma como oficialmente se ha contado. Particularmente, de los pueblos mixtecos no existen estudios que presenten explicaciones de conjunto, siempre se muestran como parte de la lucha en los estados a donde pertenecen y así no se percibe la importancia que tuvieron como pueblos socioculturalmente unidos. Un estudio con este enfoque da otra dimensión de su resistencia y sus horizontes, que también pueden ser los de otros, pero con sus rasgos específicos.
La Mixteca a principios del siglo XX
El siglo XX llegó a la región mixteca en una tensa calma. La desigualdad económica en que vivían sus habitantes y la injusticia social que esto representaba no era para menos. El descontento de los pueblos por esa situación era una verdad que pocos se atrevían a ver y menos a cuestionar. La situación social tenía múltiples orígenes y manifestaciones; una de ellas era la agraria. La mayor parte de la tierra seguía siendo comunal, pero en medio de ellas existían importantes haciendas y ranchos, pequeñas si se comparan con las de otros lugares del país, pero grandes si se toma en cuenta su impacto en la economía regional, su organización política y la división de clases sociales a que daba lugar.
Haciendas y ranchos había por toda la región. Por el estado de Puebla, en el distrito de Acatlán, ubicado en la mixteca baja, existían 21 ranchos dedicados a la cría de cabras que después destinaban a la matanza que se realizaba en Tehuacán para obtener grasa, carne y cuero; la actividad tenía tanta importancia económica que las compañías Jiménez y Caminero, representadas por Germán Hoppenstedt, establecieron sucursales en los municipios de Chiautla y Tehuacán. También incursionaron en la agricultura, especialmente en el cultivo de la caña para fabricar azúcar, piloncillo y aguardiente.
Por el estado de Oaxaca fueron importantes las haciendas de La Pradera, en el Distrito de Huajuapan, y el Rosario, en Etlatongo, en la mixteca baja; la Concepción, en Tlaxiaco, en la mixteca alta; y otras de Jamiltepec, en la mixteca costeña. La primera, con más de 10 hectáreas, era la más grande de esa parte de la región, tanto que encerraba los pueblos y estaba rodeada de ranchos ; la de la Concepción, ubicada en la cañada de Yosotiche, era importante por la calidad de sus tierras, el agua abundante en ellas y su clima húmero, ideal para cultivos comerciales, principalmente la caña de azúcar.
En el Distrito de Jamiltepec, en la mixteca baja, existían las haciendas de Santa Cruz, propiedad de Wenceslao García; la de Huazolotitlán, propiedad de Dámaso Gómez ; y la Guadalupe, en Collantes, propiedad de la Casa del Valle y Compañía. Además de las haciendas se contaban 75 ranchos, 13 estaban en el centro, 11 en Huazolotitlán, nueve en Pinotepa Nacional, 14 en Cortijos, dos en Pinotepa Don Luis, ocho en Amuzgos y 12 en Atoyac. La mayor actividad de ellos era la siembra de algodón y la cría de ganado vacuno y caballar, importante para el traslado de las mercancías desde ese la costa hasta otros lugares de la república.
En el estado de Guerrero, en el distrito de Abasolo, cuyo centro político y económico era la ciudad de Ometepec, se concentraba la burguesía agraria, prácticamente dueña de todo el territorio del distrito. La familia de Carlos A. Miller era dueña de casi todo el municipio de Cuajinicuilapa, once ranchos ganaderos y alrededor de once mil reses; la familia de Juan Noriega era propietaria de mil hectáreas, donde alimentaba reses, caballos “de buena clase” y burros. Otros propietarios eran de tierras fueron José María López Moctezuma, Ángel Sandoval, Ignacio López Moctezuma, Librado López Alarcón y Antonio Reguera. Otras familias que no tenían tanta tierra completaban sus ingresos para igualar a los anteriores participando en la administración pública.
En todas estas haciendas y ranchos se sembraban diversos productos como caña de azúcar y algodón, lo mismo que se impulsaba la crianza de cabras y ganado mayor; todos para satisfacción del mercado regional y nacional, usando mano de obra mixteca muy barata. Junto a las haciendas y ranchos existieron las “haciendas volantes”, inmensos atajos de cabras propiedad de ricos que arrendaban las tierras comunales para que pastaran y pastores que las cuidaran. Un caso excepcional en esta actividad fue el del español Guillermo Acho que formó un verdadero corredor, a imagen de la feudal Mesta española, que incluía regiones enteras con diferentes características agroecológicas necesarias para la cría y engorda de chivos.
Del otro lado estaba la economía campesina, la que servía a las familias mixtecas para obtener el sustento diario. Los pueblos dedicaban sus tierras a la agricultura tradicional y la sostenían con el trabajo solidario entre familias. Sus productos principales eran maíz, frijol y calabaza, indispensables en su dieta diaria. No obstante las diferencias entre la producción comercial de las haciendas y la tradicional de los pueblos, estas actividades mantuvieron relaciones desiguales y de sometimiento para los segundos. Una de ellas se daba a través de la mano de obra que los habitantes de los pueblos ofrecían a los dueños de las haciendas, ranchos y trapiches para hacerlas producir, donde por salarios míseros trabajan “de sol a sol, hasta que el mayordomo les sacaba todo el juguito” ; la otra era a través de la venta de sus productos agrícolas, principalmente el maíz, por el cual les pagaban precios mucho más bajos en relación con los costos de producción.
Derivada de este sometimiento, los pueblos sufrían el desprecio y la discriminación de los ricos que no los aceptaban como eran, porque además de que usaban técnicas de producción tradicionales, su falta de apego a la producción mercantil les impedía explotar su trabajo. No faltaron quienes -criticando la costumbre mixteca de incendiar los pastos para abrir las tierras al cultivo, a la que se unía la de producir slo lo necesario para el autoconsumo´- propusieran el retorno a los trabajos forzados y “hasta el absurdo sistema de esclavitud”.
Esta situación daba como resultado una marcada división de clases donde los hacendados, rancheros y dueños de las haciendas volantes ocupaban la primera escala de la pirámide, -dominado todas las demás- y la última las comunidades indígenas. En medio de ella se encontraban los profesionistas y pequeños comerciantes, artesanos y uno que otro pequeño ranchero acomodado: los primeros ni siquiera vivían en la región, lo hacían en las capitales de las ciudades más importantes, el Distrito Federal, Oaxaca o Puebla, y se valían de personeros para cuidar sus negocios; la clase media tratando de no perder esa condición y los campesinos sufriendo la explotación de su trabajo que se daba por el pago de un salario en las haciendas o ranchos, la venta del producto de su trabajo a los comerciantes, la renta de sus tierras y el agiotismo en las grandes tiendas comerciales.
Una sociedad de esta naturaleza no podía tener más que un gobierno autoritario, reproduciendo a nivel regional las prácticas políticas nacionales y del Estado, a través de los jefes políticos y los presidentes municipales, que como regla general eran personeros de aquellos. La democracia era una palabra que solo servía para que grupos de personas de las clases acomodadas disputaran a sus rivales de la misma clase social el derecho de gobernar, con el apoyo o la oposición de uno que otro miembro de la clase media o baja, pero no para que el pueblo pudiera gobernarse por el mismo como el significado de la palabra podría inducir a suponer. Esta situación generaba serios conflictos sociales que sus portadores bien se cuidaban de manifestar.
La lucha agraria durante el maderismo
El maderismo llegó tarde a la región. Su presencia comenzó a notarse cuando ya en Ciudad Juárez, Chihuahua, los representantes de Francisco I. Madero entraban en negociaciones para poner fin a las rebeliones que se daban por diversas partes del país. La lucha la iniciaron los hacendados, rancheros y comerciantes cuando se dieron cuenta que el porfirismo iba a caer y si ellos no entraban a la lucha, podían quedar desplazados por las fuerzas que se hicieran del poder. Contaron con que algunos miembros de su clase mantenían relaciones con los rebeldes: Enrique Añorve Díaz, por la mixteca costeña, y Juan Andrew Almazán, por la Montaña, hacía tiempo que se coordinaban en el estado de Puebla con Aquiles Serdán y cuando éste fue asesinado por la policía de la dictadura, buscaron coordinarse directamente con los maderistas hasta El Paso, Texas.
Los ricos querían participar en la rebelión maderista pero no estaban dispuestos a ir a la guerra; por eso convocaron a los campesinos para que fueran ellos quienes participaran. No fue una buena decisión para ellos porque estos conservaban agravios históricos en su contra, pues sus haciendas se habían formado despojándolos a ellos de sus tierras, y donde no fue así explotaban sus tierras a través de las “haciendas volantes”, el trabajo mal remunerado, las compras anticipadas de sus cosechas o los onerosos préstamos -que cuando no podían pagar les confiscaban sus propiedades-. Los campesinos tenían conciencia de esta situación y aún así aceptaron participar en la guerra a la que se les convocaba, no para defender a los terratenientes sino para librar su propia guerra, precisamente contra ellos.
Rebelión en Costa Chica
Uno de los lugares donde más dramático y sangriento resultó el enfrentamiento entre terratenientes y campesinos fue en la mixteca costeña. El 17 de abril de 1911, un domingo de ramos, los pueblos de la región tomaron la ciudad de Ometepec, y tan luego como se hicieron de la plaza comenzó la lucha contra los ricos maderistas. Enrique Añorve Díaz, en su papel de comandante de la rebelión, nombró como prefecto al doctor Marcial Soto, presidente municipal porfirista; es decir, que en lugar de destituir al funcionario porfirista y someterlo, lo colocaba en un cargo superior. Tuvo que recular de esa decisión porque los pueblos se opusieron y pidieron que el nombramiento fuera democrático; finalmente así se hizo, resultando electo Liborio Reina, el candidato de los pueblos rebeldes.
Lo primero que hizo la nueva autoridad fue apoyar la integración de una “Junta Directiva” que procediera a rescatar las escrituras de los terrenos comunales de los pueblos que se encontraran en manos de los terratenientes. Como presidente de la Junta se nombró a Clemente Martínez, un viejo luchador por las tierras del pueblo de Igualapa. La noche de ese día, la Junta comenzó a cumplir su encargo, acudiendo casa por casa de los terratenientes para exigir los documentos. Nadie escapó de esta acción: lo mismo entregaron los títulos Juan Noriega, acaudalado terrateniente regional, que Francisco Romano, terrateniente español; otro tanto hicieron Daniel J. Reguera, Everardo Rodríguez, Adolfo I. Reguera y Antonio Lanche, oficiales maderistas en la revuelta; Andrés López Armora, ex-presidente municipal porfirista y Nicolás Vásquez, el padre de Isaías Vásquez, el pagador del ejército rebelde. Terminado el rescate de los títulos en Ometepec, los rebeldes se desplazaron a las rancherías y pueblos de alrededor para continuar su obra.
La noticia de que los campesinos de Ometepec recogían los títulos de sus tierras usurpadas por los caciques cruzó los límites estatales y llegó hasta los pueblos mixtecos de Oaxaca, quienes siguieron su ejemplo, con el apoyo de aquellos. Buscando poner orden entre los rebeldes y calmar los ánimos de la gente acomodada, Enrique Añorve Díaz ordenó al capitán Manuel Centurión, un ranchero mediano, que con su gente cruzara la frontera del estado y organizara a las fuerzas maderistas de la costa oaxaqueña. El día 30 de abril se puso en marcha, cruzó varios pueblos y el 2 de mayo entró a Pinotepa Nacional sin encontrar resistencia armada. Allí recaudaron una “considerable suma de dinero” para apoyar la causa revolucionaria, incluyendo contribuciones de los indígenas que habitaban las comunidades locales, a quienes el capitán maderista aseguró que, de acuerdo con el Plan de San Luis Potosí, todas las tierras robadas por los ricos serían regresadas a sus verdaderos propietarios.
De Pinotepa Nacional, Manuel Centurión avanzó hasta Jamiltepec -donde había otra rebelión- y después regresó a Ometepec a dar parte a su jefe de la situación en que se encontraba la región. Antes de abandonar Pinotepa Nacional, los mixtecos le presentaron diversas quejas contra los hacendados y los comerciantes de ese lugar, a las que contestó prometiendo que todos los problemas serían atendidos. Los mixtecos le creyeron pero como los días pasaban y no regresaba, comenzaron a celebrar juntas secretas donde discutían las medidas que debían tomar. Pedro Rodríguez, cacique y ranchero local, se enteró de la entrevista de los mixtecos con Manuel Centurión, lo mismo de que se estaban reuniendo para planear cómo recuperar sus tierras, y sin tener facultad alguna mandó detener a Domingo Ortiz, quien figuraba como portavoz de los indígenas, acusándolo de alterar la paz y de agitar a los campesinos.
Los mixtecos acudieron a Ometepec a informar a Enrique Añorve Díaz lo que sucedía, y este decidió enviar al capitán Cristóbal Cortés con una compañía de soldados del pueblo de Igualapa para calmar la situación. Con esa promesa, los mixtecos regresaron a Pinotepa Nacional, pero al llegar se enteraron que Pedro Rodríguez había dispuesto fusilar a Domingo Ortiz al día siguiente; en esa nueva situación decidieron volver a Ometepec pero ya no fue necesario porque en eso llegó Cristóbal Cortés. Era el día 18 de mayo, un mes después de la toma de Ometepec. El capitán maderista se presentó en el palacio municipal donde se entrevistó con Pedro Rodríguez, el cacique; José Santiago Baños, jefe de la policía del lugar, y Jesús Carmona, presidente municipal en funciones.
Cristóbal Cortés ordenó a Pedro Rodríguez que liberara a Domingo Ortiz, a lo que el cacique respondió que no lo haría y que no le importaba que trajera órdenes de Enrique Añorve Díaz. Más calmado, Cristóbal Cortés le informó que traía órdenes de nombrar nuevas autoridades, lo que sacó al cacique de sus casillas; como ya no se podía dialogar, Cristóbal Cortés le sugirió que reflexionara detenidamente la situación y que mientras tanto mandara excarcelar a Domingo Ortiz. Dicho lo anterior dio la vuelta para retirarse. No había terminado de hacerlo cuando José Santiago Baños se acercó al cacique para decirle que el jefe maderista iba preparando su revólver; al escucharlo, el cacique sacó su pistola y disparó por la espalda a Cristóbal Cortés, quien cayó herido de muerte. Una bala se desvió y también quitó la vida al líder de Igualapa.
Los mixtecos respondieron matando al cacique, al jefe de la policía y al presidente municipal porque intentaron defenderlo. Cuando Juan José Baños se enteró de la muerte de su hermano reunió un grupo de hombres para vengarlo. Se fueron a Pinotepa Nacional, donde mataron a un grupo de mixtecos que salieron a intentar dialogar con ellos; después tomaron rumbo a Ometepec, donde dieron su versión de los hechos a Enrique Añorve Díaz. Después de escucharlos no solo les creyó, sino que también nombró a Juan José Baños capitán primero de las fuerzas maderistas en Oaxaca, instruyéndolo para restablecer el orden en Pinotepa Nacional. Con esa acción, los jefes revolucionarios se volvían contra los pueblos que los apoyaban y los enemigos de la revolución pasaban a dirigirla. Eso marcaría el destino de la revolución y el de los pueblos, cada uno tomando su propio camino.
La restauración del reino mixteco
Enterados de los sucesos, los mixtecos comprendieron que las promesas del jefe maderista de que sus tierras les serían devueltas eran mentira, y que ellos ya no tendrían cabida ya entre las fuerzas maderistas. Decidieron entonces caminar ellos solos, haciéndolo de forma radical: acordaron reconstruir el reino mixteco. Liberaron a Domingo Ortiz de la cárcel donde se encontraba, nombraron a Próspero Melo, originario de Cacahuatepec, para que sustituyera a Cristóbal Cortés, y después designaron a María Benita Mejía como reina mixteca, poniendo a su servicio un Consejo de ancianos integrado por “tata mandones”, cuya función principal era la discusión de todos los asuntos y la toma de resoluciones. Domingo Ortiz fue designado cónsul, primer ministro o jefe de las Fuerzas Imperiales de Su Majestad, quien a su vez nombró autoridades que les profesaran fidelidad.
Como parte de sus actividades, Domingo Ortiz envió embajadores a las comunidades indígenas de la región invitándolas a reconocer a las nuevas autoridades mixtecas, ya fuera uniéndose al reino o permaneciendo fuera de él pero declarándose vasallos y pagando sus tributos; los embajadores regresaban contentos por el apoyo que con entusiasmo brindaban las comunidades mixtecas al nuevo reino. El éxito los hizo pensar en la unificación del reino mixteco, desde Pinotepa, Don Luis y Huazolotitlán, en la costa, hasta Yanhuitlán y Coixtlahuaca, en la mixteca alta. Era una idea atrevida que solo Ocho Venado Garra de Jaguar había logrado a principios del siglo XV.
También formó una Comisión que, fuertemente escoltada, visitaba los domicilios de los caciques, hacendados y rancheros para exigirles la entrega de los títulos de propiedad para anular aquellos mediante los cuales se había despojado a los mixtecos de sus tierras comunales; como la mayoría de ellos se negaba a hacerlo, la escolta de la Comisión los amagaba y de esa manera no les quedaba más remedio que acceder. Los títulos recogidos fueron entregados al Consejo de Ancianos para que los resguardara, y estos los envolvieron en la bandera nacional del municipio.
Mientras en Pinotepa Nacional y Ometepec la lucha campesina contra los hacendados entraba en la definición del campo de batalla y los contendientes, los efectos expansivos de ella se veían en sus alrededores. El 29 de abril se levantó en armas en el municipio de Cacahuatepec Eufracio Peña , y el 8 de mayo lo hacía Waldo Ortiz Figueroa en Putla. Este fue un caso atípico porque, igual que en Ometepec, los ricos intentaron una sublevación “pintoresca” para tener margen de maniobra en el reacomodo de fuerzas que vendría después de desplazar a los porfiristas, pero como no querían participar en ella, pusieron a Waldo Ortiz Figueroa para que la encabezara, mientras nombraban como autoridades municipales al señor Pedro González e Isidro Montesinos. Lo que no sabían es que los tres eran magonistas y terminaron dándole un cariz campesino a la lucha.
Ese día, los putlecos vieron desfilar a los revolucionarios por las calles de la ciudad, encabezados por los señores Leonardo Bracho y Pastor González Luna, vecinos del centro. Éste último pronto terminaría rebelándose contra Francisco I. Madero y levantando el Plan de Ayala. Los rebeldes visitaron varios pueblos, donde les demandaron, a cambio de incorporarse a la lucha, que bajaran los impuestos, que en los últimos años habían aumentado más del 100 por ciento con respecto a años anteriores. Naturalmente, los rebeldes aceptaron. También establecieron impuestos de guerra para mantener la lucha, a lo que muchos ricos accedieron pensando en los beneficios que obtendrían después. El 15 de mayo, Waldo Ortiz y su gente marcharon a unirse con otros contingentes para tomar la capital del Estado.
Rebelión en la Montaña
En otros puntos de la región también hubo rebeliones campesinas instigadas por los ricos o sus personeros, que finalmente terminaron volviéndose contra ellos. Fue el caso de los mixtecos de la Montaña de Guerrero, que desde principios de 1911 ya andaban alborotados, por lo menos en los pueblos de Zitlaltepec, Mixtecapa, Yucunduta, Ojo de Pescado, Huehuetepec, Silacayotitlán y Chilixtlahuaca. El 16 de abril –un día antes que en Ometepec- los rebeldes tomaron Xochihuehuetan, dirigidos por Juan Andrew Almazán y Gabriel Tepepa, un viejo guerrillero del estado de Morelos; inmediatamente que se hicieron de la plaza los rebeldes comenzaron a saquear los comercios como forma de vengar añejos agravios. Juan Andrew Almazán intentó detenerlos y como no lo lograra montó su caballo para retirase, entonces algunos líderes le pidieron que regresara, a lo cual accedió a condición de que cesaran los saqueos.
El día 20 de abril pusieron sitio a la plaza de Huamuxtitlán donde la guarnición militar resistió por dos días y noches seguidos. El 22, el capitán porfirista Emilio Guillemín llegó desde Tlapa en auxilio a los sitiados, y Juan Andrew Almazán ordenó la retirada. Para sorpresa de todos, los militares porfiristas no llegaron a defender la plaza sino a rescatar a los comerciantes españoles, con quienes marcharon hacia Tlapa, llevándose unos cien presidiarios para que los ayudaran con las cosas. Los comerciantes y caciques que quedaron pidieron a Juan Andrew Almazán que tomara la plaza. ¿Se habían vuelto rebeldes de un día para otro? ¡No! Lo que querían era asegurar que los rebeldes no saquearían sus bienes ni tomarían represalias contra ellos. El 23, los maderistas ocuparon la plaza. No hubo saqueos pero la fuerza de la resistencia campesina se mostró en toda su magnitud. Ahí estaban los pueblos de Tlatlauqui, Acatepec, Alcozauca, Tlalixtaquilla, Mezquititlán y Tecoyo, entre otros.
Con Huamuxtitlán en su poder, los rebeldes cortaron la comunicación del centro del país con el resto del Estado y estuvieron en posibilidad de marchar sobre Tlapa, el corazón de la Montaña. El capitán Emilio Guillemín informaba que la plaza estaba sitiada por los rebeldes, que el ataque era inminente y que los habitantes de la ciudad simpatizaban con los alzados. El informante no exageraba. Alrededor de Tlapa estaban los pueblos de Alcozauca, Tlalixtaquilla, Mexquititlán Tecoyo, Tenango, Xochituhuetán, Huamuxtitlán, Olinalá, Cualac, entre otros; todos querían ajustar cuentas con los caciques y las autoridades porfiristas que por tantos años los habían explotado. Después de una semana de combates, el día 7 de mayo la plaza cayó en poder de los maderistas y los militares porfiristas huyeron hasta Juxtlahuaca, en territorio oaxaqueño. Los rebeldes volvieron a saquear los comercios y quemaron los archivos judiciales donde constaban las deudas y las incriminaciones contra ellos.
Rebeliones en la mixteca baja
También en la mixteca baja de los estados de Puebla y Oaxaca hubo rebeliones. El 3 de marzo de 1911, un grupo de habitantes del municipio de Piaxtla, Puebla, se levantó en armas, comandado por Jesús Chávez Carrera. Pocos días después, las autoridades municipales se unieron a la causa maderista, igual que grupos de rebeldes de otros municipios, entre ellos Ahuehuetitlán. Después se juntaron con la gente de Tehuizingo, que ya andaban en armas lideradas por un ranchero de nombre Magdaleno Herrera. Estos pequeños grupos de rebeldes se vieron beneficiados por el apoyo que recibieron de los rebeldes de Morelos.
El 11 de abril Emiliano Zapata, Gabriel Tepepa y Juan Andrew Almazán se hicieron con la plaza de Chiautla, donde recuperaron una buena dotación de rifles y parque, además, capturaron y pusieron en prisión a Ángel Andonegui, jefe político de ese lugar. Al enterarse del suceso, los habitantes del pueblo en masa se acercaron al coronel Emiliano Zapata pidiendo se le castigara enérgicamente, acusándolo de haber asesinado a muchos vecinos, sólo por sospechas de ser maderistas. El político fue juzgado públicamente y condenado a muerte, siendo fusilado en el paraje Cruz Verde.[1]
Después de la toma de Chiautla los revolucionarios acordaron que Juan Andrew Almazán y Gabriel Tepepa marcharan hacia Huamuxtitlán, en el estado de Guerrero, a preparar su ocupación, por eso andaban juntos durante la toma de Xochihuehuetlán y Huamuxtitlán.   El 17 de abril Emiliano Zapata y su gente ocuparon la ciudad de Izúcar de Matamoros. Entre la gente que participó en esa acción se encontraba Jesús “El Tuerto” Morales y Francisco Mendoza, originarios de la mixteca, que serían de los firmantes del Plan de Ayala. Los rebeldes avanzaron rumbo al sur, se unieron a los rebeldes de Tehuitzingo y el 18 de abril tomaron la plaza de Acatlán, sin combatir, porque Miguel Gutiérrez, el jefe político del distrito, al enterarse de la inminencia de esa acción militar huyó hacía Tehuacán protegido por un grupo de rurales, una policía integrada por miembros de los pueblos pero que actuaba bajo las órdenes de las autoridades porfiristas.
El 25 de abril todas las fuerzas revolucionarias pasaron al estado de Oaxaca con el fin de ocupar la ciudad de Huajuapan de León, pero cuando llegaron ya estaba en poder de gente de los pueblos de Acatlán, San Pablo Anicano, Guadalupe Santa Ana, Texcalapa, Petlalcingo, Chila de la Floresy de los poblados que iban pasando.[2]   Los rebeldes abandonaron luego la ciudad pero no dejaron de acosarla desde los pueblos vecinos. El 28 de abril el gobernador del estado pedía al comandante de la octava zona militar con sede en la capital del estado, que las fuerzas del decimosegundo regimiento destacado en el distrito de Teposcolula, brindara auxilio a Huajuapan.[3]
En la noche del día 9 de mayo de 1911, los maderistas de Tehuacán entraron a Santiago Chazumba para propagar la rebelión, a lo que el pueblo dijo estar de acuerdo, preguntaron si las autoridades del pueblo eran dignas de confiar y como les dijera que sí levantaron un acta reconociéndolas y después se retiraron no sin antes solicitar cooperación del pueblo para la revolución.[4] Por esos mismos días otras fuerzas revolucionarias comandadas el coronel Francisco J. Ruiz, originario del estado de Puebla, se internaron a territorio oaxaqueño por Huajuapan, llegando a Tamazulapan hacia el 22 de mayo. Ahí se les incorporan las fuerzas que comandaban Antonio Feria Velasco y Francisco M. Ojeda, oriundos de Teposcolula, y Juan Reyes Saavedra, originario de Tezoatlán; juntas se mantuvieron operando en los distritos de Huajuapan, Teposcolula y Nochixtlán.[5]
La toma de Silacayoapan
La rebelión por este distrito de la mixteca baja comenzó el 25 de marzo de 1911. Ese día un grupo de maderistas oaxaqueños apoyado por fuerzas comandadas por Gabriel Solís y Luis Curiel, dos personajes económicamente acomodados, originarios de Alcozauca y Tlapa, en el estado de Guerrero; ocuparon los pueblos de Santa Ana Rayón y Cieneguilla, ubicados como a dos kilómetros del estado de Puebla y seis de Guerrero. Otro tanto hicieron los revolucionarios de Puebla, entre los que se encontraba Magdaleno Herrera y Antonio Michaca, quienes poco a poco se fueron acercando para ocupar esta ciudad, cosa que finalmente hicieron el día 2 de mayo por la mañana. Aunque era una ciudad tan importante como otras que se habían tomado, entraron sin combatir porque, Lorenzo Barroso, el jefe político del distrito, huyó después que el gobierno le negó apoyo para defender la plaza.[6]
Los rebeldes anduvieron por los pueblos difundiendo el Plan de San Luis y el día 13 de ese mes realizaron una asamblea donde explicaron sus objetivos y después cambiaron a las autoridades. Como presidente municipal nombraron al señor José Pastrana y como juez de primera instancia con funciones de jefe político al señor Tomás Ruiz. No eran gente originaria del pueblo y tampoco de los más pudientes. Eso molestó a los caciques y comerciantes y cuando los maderistas salieron del municipio con rumbo a la capital del estado un grupo de ricos donde se encontraban Julián León, Eutiquio Ramírez, los hermanos Daniel, Abraham y Ricardo Olea, Miguel y Rodolfo Perea, los hermanos Rafael y Procopio León, Manuel Ávila, Nemecio Rodríguez, Francisco y Manuel Vera, Juan Hernández y Amado Rosas, entre otros, se amotinaron y de manera violenta exigieron al presidente que cambiara al juez de primera instancia, pero no lograron su objetivo porque el presidente nombrado se sostuvo.[7]
La repercusión de la rebelión entre los mixtecos por esta parte de la región también tuvo efectos políticos. Los pueblos de Coicoyán solicitaron a Gabriel Solís, comandante de las tropas rebeldes, la formación de un distrito para que tuvieran donde atender sus problemas porque pertenecían a Tlaxiaco y les quedaba demasiado lejos; este accedió a sus peticiones cercenando también parte del Distrito de Putla.[8] Otro caso similar fue el de los pueblos de San Francisco Higos, San Mateo Tunuchi, San Martín Sabinillo, que demandaron su separación del distrito de Tlaxiaco y pasar a formar parte del de Silacayoapan, a lo que también se accedió.[9] Los pueblos seguían aprovechando la ola maderista para ganar resolver sus problemas.
Pronunciamientos en la mixteca alta
El la mixteca alta el 16 de mayo de 1911 se pronunció por el maderismo el señor Elías Bolaños Ibáñez, un rico hacendado y minero, además de colaborador del periódico La voz de Tlaxiaco. Un día después también se pronunció Febronio Gómez “El Político”, un rico comerciante y propietario de un palenque, que durante varios años fue integrante del ayuntamiento de la ciudad de Tlaxiaco, quien en los últimos años había sido desplazado del poder y con las revueltas maderistas veía la posibilidad de volver a él. Más experimentado en lides políticas que Elías Bolaños Ibáñez, Febronio Gómez levantó a los pueblos de la región de la mixteca alta llevando cada uno a sus propios jefes: Ignacio M. Ruiz, Mónico Martínez, Francisco Zafra y Mateo Cortés, de Chalcatongo; Vicente Osorio, de Santiago Yosondúa; Carlos Oceguera, de Itundujia; Rafael Pérez, de San Miguel El Grande; Urbano Carrada, Andrés López, Ponciano López y Rubén Melgar, de Cabecera Nueva, Gonzalo Pérez, de Nochixtlán; Venancio García, de Santa Lucía Monteverde y Benjamín García, de Atatlauca, quien era el corneta de órdenes.   En el centro de Tlaxiaco se le unieron los habitantes del Barrio de San Pedro, donde el despojo de tierras había sido más intenso y sus habitantes sentían necesidad de recobrarlas y cobrar la afrenta. Entre los que encabezaban a esta gente se encontraban los señores Aurelio Pacheco y Juan Pacheco, Jesús Sánchez y Vicente Mora. El día que se insurreccionaron, avanzaron a la ciudad haciendo disparos, pero tampoco encontraron resistencia.[10]
Febronio Gómez hizo campaña por los pueblos de la mixteca alta ofreciendo rebajar a doce centavos la capitación, lo mismo que devolverles las tierras que los hacendados les habían arrebatado. De la misma manera, a la gente que le pidió cambiarse del distrito de Putla al de Tlaxiaco, les prometió que así sería, aunque sin llegar a decretarlo, como lo hizo Gabriel Solís en Silacayoapan.[11]   El día 25 de mayo, las fuerzas maderistas comandadas por Sebastián Ortiz, Faustino Olivera y Baldomero L. de Guevara, tres magonistas de la zona cuicateca, en una acción coordinada con las fuerzas de Francisco J. Ruiz, ocuparon el distrito de Coixtlahuaca.[12]
Varios pueblos aledaños levantaron actas de apoyo a los rebeldes pero aún así, cuando los maderistas salieron del distrito el Jefe porfirista destituido, Arnulfo Bravo, se paseaba por las calles de la cabecera municipal. Para someterlo, el señor Alejandro M. Vásquez, el nuevo jefe político nombrado por los maderistas, solicitó al gobierno estatal armas para organizar su propia defensa. Esas armas después serían las que servirían a los zapatistas cuando se rebelaron contra el maderismo.[13]  
Caída de Porfirio Díaz y las rebeliones agrarias
Para el 17 de mayo de 1911, cuando los representantes del dictador Porfirio Díaz y Francisco I. Madero firmaron en El Paso, Texas un armisticio para llegar a un arreglo que pusiera fin a la rebelión, esta ya había perdido su carácter de movimiento de presión y los pueblos mixtecos comenzaban a pelear su propia guerra. Esto lo sabía bien los hacendados, caciques, terratenientes y grandes comerciantes que dejaron de combatir contra las fuerzas porfiristas y enfocaron sus esfuerzos a someter a sus antiguos compañeros de armas. Aprovecharon que eran tiempos de siembra y muchos campesinos dejaron las armas para volver a los arados. La contrarrevolución fue más violenta ahí donde la lucha de las comunidades había sido más radical.
La guerra campesina en la mixteca costeña
En Ometepec la contrarrevolución incluso comenzó antes que el pacto entre maderistas y porfiristas. Comenzó el 28 de abril, cuando Liborio Reina, el presidente municipal que había ayudado a los pueblos a recuperar los títulos de sus tierras, fue emboscado por Odilón Morán, un soldado de las tropas de Enrique Añorve Díaz, aunque logró salvar la vida. La agresión puso en alerta a los campesinos que de inmediato prepararon el contragolpe. El 11 mayo ajusticiaron a Jesús Medel, que había sido rescatado de la cárcel de Huehuetán por un grupo armado de los terratenientes, el 16 fue ejecutado Romualdo Rosario, partidario de los terratenientes, por haber incriminado a Lorenzo Donaciano, de las  fuerzas de Huehuetán y el 24 desde Igualapa se le ordenaba al comisario de San Pedro que suspendiera el cobro de rentas la los labriegos de San Martín y San Isidro, hasta que se resolviera a quien pertenecían.
Como parte de la nueva etapa de lucha los mixtecos de Igualapa y Huehuetán planearon el asalto al palacio municipal de Ometepec, con el fin de instalar su propio gobierno. No lo hicieron porque Enrique Añorve Díaz, el comandante de las fuerzas maderistas, intercedió ante el presidente municipal –que estaba de acuerdo con ellos- y Filemón Nolasco el dirigente de los pueblos en rebeldía, para que los aconsejaran que desistieran de esas intenciones. A cambio de no hacerlo los rebeldes exigieron que los terratenientes entregaran las últimas escrituras que tenían en su poder, lo cual fue aceptada por sus antiguos compañeros de armas.
El día 25 de mayo, fecha fijada en los Tratados de Ciudad Juárez para que Porfirio Díaz entregara el poder, en Igualapa hubo fiesta para festejar sus éxitos tanto en Ometepec como en Pinotepa Nacional en el rescate los títulos de sus tierras. Cuando la fiesta estaba en su apogeo se armó una balacera en la cual perdieron la vida Filemón y Pomposo Nolasco, así como Hermenegildo Marroquín, las dos personas que antes de la rebelión habían participado en el bando de los terratenientes y eran socios de la Sociedad Agrícolade Igualapa, la que se había apropiado de terrenos que el pueblo reclamaba como suyos. Eran, pues, junto con Everardo Rodríguez, gente de confianza del comandante Enrique Añorve Díaz. Por todas estas circunstancias, la balacera en la que perdieron la vida no fue un hecho fortuito sino un plan para suprimir a los elementos adictos a la burguesía agraria de la región.[14]
Viendo el rumbo que tomaba la situación los terratenientes planearon un golpe que tenía que ser definitivo para terminar con la revolución campesina. Convencieron a Enrique Añorve Díaz que preparara una masacre entre los pueblos de Igualapa y Huehuetán. Para hacerlo, mandó llamar a Ometepec a las autoridades de Igualapa para que se presentaran a recibir los títulos de propiedad que habían recogido a los terratenientes. A los habitantes de Igualapa les pareció sospechosa la actitud del jefe maderista pero igual decidieron enviar a 19 “principales” a que acudieran a la cita. Cuando éstos se presentaron fueron aprehendidos sin explicación alguna por las fuerzas maderistas y divididos en dos grupos los sacaron afuera de la ciudad y les dieron muerte. Uno de los principales logró sobrevivir y puso sobre aviso a sus compañeros, quienes se declararon en franca rebeldía.  Ellos no lo sabían, pero estaban iniciando el movimiento zapatista en la región.
Para el 22 de junio de 1911, el gobierno ya hablaba de que los habitantes de Huehuetán, andaban otra vez de rebeldes, esta vez contra los maderistas, sus efímeros compañeros de causa. Razones no les faltaban para hacerlo, pues todavía no recuperaban todas las tierras por las que se fueron a la revolución en las filas maderistas.   En Pinotepa Nacional los maderistas también volvieron las armas contra los campesinos que antes fueron sus compañeros de lucha. El 29 de mayo de 1911, once días después de haber sido instalado el reino mixteco, Juan José Baños, el recién nombrado capitán primero de las fuerzas maderistas, apareció por la ciudad para acabar con ellos, como en realidad lo hizo.
Así terminó el intento de los mixtecos de gobernarse por ellos mismos a principios del siglo XX. Pero no solo eso, también se dieron cuenta que su causa y la del maderismo eran asuntos bien distintos y hasta opuestos. Aquellos querían sacar del poder a los porfiristas para ocuparlo ellos y defender de mejor manera sus intereses, los pueblos en cambio querían recuperar las tierras que los hacendados les habían despojado. Tal vez no lo sabían, pero en otros lados del país muchos campesinos pobres como ellos querían lo mismo.
La gente bien del lugar se espantó previendo que volvieran a repetirse los actos de abril y mayo pasado y tampoco se quedaron quietos. Lo primero que hicieron fue dirigirse al gobernador del estado de Oaxaca para que tomara medidas que los protegieran; pero aunque quisiera hacerlo no tenía medios para hacerlo, entonces decidió a su vez solicitar apoyo al general Enrique Añorve, comandante del ejército maderista en la región, el mismo que había ordenado la masacre en Pinotepa Nacional, en 29 de mayo. El general era consciente de la necesidad de brindar el apoyo solicitado pero no se arriesgó a realizar ninguna maniobra por su cuenta y riesgo, antes de hacerlo solicitó instrucciones al Secretario de Guerra y Marina, sobre todo por el acuerdo que habían tomado porfiristas y maderistas de que estos últimos no avanzaran mas allá de las plazas que ocupaban al firmarse los tratados de paz. Contra lo esperado, el Secretario consultado contestó afirmativamente, alegando que “tratándose del orden público, las garantías y el llamado por el gobierno debe ser atendido”.[15]
La guerra entre terratenientes y campesinos por las tierras estaba cantada. Faltaba ver el rumbo que seguiría. Y en el Plan de Ayala los campesinos tendrían la guía ideológica que no les brindó el Plan de San Luis.   En el distrito de Putla también operaban campesinos descontentos con el destino final de la revolución maderista, que a ellos en nada les benefició. El día 27 de septiembre, en el distrito de Zacatepec, los indígenas Tacuates se rebelaron lidereados por Fermín Rendón, originario de ese lugar. Como a las dos de la tarde de ese día, sus fuerzas sostuvieron un combate con las fuerzas de rurales de la región, a las cuales comandaba Pastor González Luna, el maderista originario de Putla que se levantó en armas junto con Waldo Ortiz y que al licenciarse las fuerzas rebeldes se acomodó en la nueva fuerza policial del gobierno. El resultado del combate fue favorable a las fuerzas del gobierno. Al final de la batalla se contaron tres rebeldes muertos, incluido su comandante; un herido y tres prisioneros; además les decomisaron cinco armas de fuego, cuatro caballos, una mula y otros objetos más. De las fuerzas gubernamentales se registró un muerto y dos heridos.[16]
La guerra campesina en la Mixteca Baja
La acción mas clara de rebelión contra el maderismo se dio el 24 de septiembre de 1911, cuando Jesús “El Tuerto” Morales y Magdaleno Herrera al frente de 200 elementos de tropa, se levantaron en armas en Tehuitzingo, desconociendo al presidente electo Francisco I. Madero, secundando la actitud asumida por Emiliano Zapata en el estado de Morelos. De Tehuitzingo marcharon hacia Chinantla, y lugares circunvecinos para difundir los motivos de su lucha y extender su área de influencia.[17] Para perseguirlos, Victoriano Huerta, que se encontraba al frente de la campaña contra los zapatistas, ordenó al Brigadier Arnoldo Casso López que explotara la zona.
El 3 de octubre de ese año el militar comenzó una expedición por el distrito de Chietla incursionando en Tlancualpican, Ixcamilpa y Chila dela Sal, donde andaba operando la gente de Jesús “El Tuerto” Morales, quienes se replegaron para Tehuitzingo.   Ese mismo día salió de Chiautla con rumbo a Acatlán una brigada de infantería al mando del mayor Felipe Álvarez compuesta por una compañía al mando del capitán primero Conrado Benítez, las dos compañías del segundo batallón de infantería al mando del mayor Eduardo Ocaranza y los jinetes del décimo noveno cuerpo rural del comandante Camerino Z. Mendoza. En el trayecto pasaron por Tehuitzingo donde entablaron combate con las fuerzas zapatistas que tuvieron que abandonar el lugar. Al día siguiente hubo otro combate en el centro de Acatlán, con saldo también favorable para los federales. Frente a estos resultados Jesús “El Tuerto” Morales y  su ejército se dirigieron a Tamazola, en el distrito de Silacayoapan, Oaxaca, de ahí pasaron a Ihualtepec y llegaron a Santa Ana Rayón, en los límites con el estado de Guerrero, hasta donde las tropas federales de Puebla ya no los siguieron, dejando que lo hicieran las de Oaxaca.[18]
Ataque a la hacienda La Pradera
El día 17 de octubre de ese mismo año las fuerzas zapatistas al mando de los generales Jesús “El Tuerto” Morales y Magdaleno Herrera atacaron y tomaron la hacienda “La Pradera” en el distrito de Huajuapan de León, una de las más importantes del estado de Oaxaca por esa región. Enterado de la situación, el comandante de la octava zona militar el estado de Oaxaca ordenó al mayor Eugenio Escobar, que se encontraba en el municipio de Tamazola que marchara sobre ellos. El día 18, a las seis de la mañana, el mayor y la gente a su mando salieron a enfrentar a los zapatistas. Dos horas y media después llegaron al pueblo de Guadalupe de Ramírez en donde se encontraron con la vanguardia del ejército integrada por quince hombres y comandada por los subtenientes Juan J. R. Stecker e Ignacio Ramírez, quienes les informaron que al intentar acercarse a la hacienda  fueron recibidos con descargas cerradas de la avanzada de los zapatistas, que calculaban en cincuenta hombres.
Con esa información y otra más de la situación el mayor Eugenio Escobar preparó el asalto a la hacienda para desalojar a los zapatistas. Primero desplegó a sus fuerzas por las principales alturas del terreno obligando a la avanzada zapatista a replegarse al centro de la hacienda, junto con sus compañeros. Conseguido lo anterior ordenó un descanso de la tropa, pues tanto ellos como sus caballos se encontraban bastante cansados por el traslado desde Tamazola y el desplazamiento por el terreno. Para eso se ordenó a los efectivos militares emprender el descenso y concentrarse en otro lugar elevado del terreno, distante del centro de la haciendo como a kilómetro y medio, desde donde se organizó el ataque final.
Ante lo inminente del asedio militar los zapatistas concentrados en la hacienda organizaron la defensa. Después de colocar a la gente en los lugares que consideraron estratégicos, los comandantes decidieron tomar la iniciativa y dieron la orden de ataque. De acuerdo con la versión que después difundieron los militares “los cabecillas al mando del cabecilla Jesús Morales, rompió un fuego rápido haciendo funcionar su artillería, cuyos proyectiles no llegaban hasta nosotros; se hizo el avance en tiradores y a 500 metros del punto objetivo, que serian las 10 de la mañana, se rompió el fuego lento avanzando con toda precaución, pues los de la hacienda estaban parapetados, hasta quedar a 300 metros a cuya distancia “empesaban a alcanzar(sic) los proyectiles; en vista de esto ordené pecho  tierra, fuego por salvas y avance por tramos hasta llegar a cien metros en que se dio el toque de ataque dándose el asalto, el cual por su empuje no pudieron resistir los bandidos que en número de más de 300 huyeron en desbandada a los montes cercanos como a la una de la tarde”.[19]
Los militares recuperaron la hacienda. Pero los zapatistas no se dieron por vencidos. En los pueblos vecinos se reorganizaron y antes de las dos de la tarde  contraatacaron apoyados por los habitantes de Tacache de Mina, al mando de Jesús Montaño, que entre todos sumaban alrededor de setecientos rebeldes. El mayor Eugenio Escobar ordenó que 20 hombres se parapetaran en la torre de la hacienda y desde ahí  protegieran a la infantería que avanzó para detener a los atacantes. Después de dos horas de combate y sin que los zapatistas vieran posibilidad de lograr su objetivo se volvieron a dispersar. Los militares los persiguieron hasta Tacache de Mina, donde los zapatistas se dispersaron; ahí cesó la persecución, pues los federales sabían que fuera de la hacienda y sin conocer el terreno podían ser presa fácil de sus enemigos.
No se supo cuantos zapatistas murieron en la refriega. Los militares recogieron cuatro cadáveres pero la mayoría fueron retirados por sus compañeros, quienes los atravesaron en sus monturas para llevárselos de ese lugar y darles una sepultura digna; igual se llevaron a los heridos para curarlos. También perdieron su artillería, “compuesta por un tubo con sunchos y una pequeña pieza con cascabel, teniendo en la extremidad una barreta y montada en un tripeé el cual se llevaron; una carabina rémington lisa; una escopeta de dos cañones, una pistola, una granada de mano; treinta y tres caballos, diez de ellos ensillados y tres acémilas”.[20] Por su parte los militares tuvieron un soldado herido, dos soldados y tres caballos dispersos y un caballo de oficial herido e inutilizado y consumieron 2 mil 400 cartuchos.
Salida
Todas estas luchas de los pueblos mixtecos contra los hacendados, rancheros, caciques,  grandes comerciantes y usureros regionales, explican su participación en el acto donde se firmó el Plan de Ayala, el documento que dio dirección a su lucha y al paso de los años se convirtió en símbolo de congruencia y dignidad. Cierto, no estaban todos los que andaban levantados en armas y los que participaban posiblemente no eran los mas representativos; participaban los que ya habían entrado en relación con los campesinos de Morelos, Guerrero y Puebla, entre quienes se fue gestando la idea de tener un Plan que expresara las razones de su lucha; faltaban los que aun no entraban en contacto con ellos.   Pero lo importante era que estaban y que los ausentes no tardarían en unirse.
Después de la firma del Plan de Ayala para los mixtecos el maderismo fue cosa del pasado. Por diversos lugares brotaron grupos rebeldes con diversas demandas, lo que enriquecía el contenido del zapatismo. En muchos lugares, como Ometepec y Pinotepa Nacional, en la mixteca costeña; Huajuapan, Silacayoapan  en la baja; Nochixtlán y Tlaxiaco, en la Alta el centro de las demandas siguió siendo la reivindicación de la tierra, pero hubo otros que por diversas razones no perdieron su patrimonio que enfocaron sus reivindicaciones por otros lados igualmente importantes: la lucha contra los cacicazgos, contra los grandes comerciantes, arrendatarios de tierras y por cambiar la situación de explotación en que vivieron fue parte de ellas.
Lo más importante es que se apropiaron del Plan de Ayala y lo hicieron suyo. Cualquiera que fueran sus demandas, las justificaban en el Plan de Ayala, lo mismo si hacían propaganda que si se trataba de entrar en combate. Cuando entraban a pueblos que simpatizaban con su causa, reunían a la gente y le explicaban pacientemente el contenido del Plan de Ayala, los invitaban a sumarse a la lucha y nombraban autoridades afines políticamente a ellos. De todo eso levantaban actas que después guardaban en sus archivos o enviaban al cuartel general. Así pelearon durante varios años, hasta que la revolución tomó otros rumbos y muchos de ellos decidieron el propio.   Pero eso ya es otra historia.
 Francisco López Bárcenas

Hilario Carlos Salas, ecos de un mixteco en la Revolución Mexicana

SANTIAGO VILLA DE CHAZUMBA, OAX.- Hilario Carlos de Jesús Salas Rivera, un indígena mixteco preocupado por las condiciones de represión y pobreza en que vivían miles de campesinos en todo el territorio mexicano al iniciar el siglo XX, aprendió diversas lenguas indígenas para concientizar a los habitantes de comunidades de diversos estados del país y convencerlos de unirse al movimiento de la Revolución.
Salas Rivera nació un 3 de noviembre de 1871; hijo de una familia humilde. El ahora personaje histórico, realizó sus estudios en Chazumba y luego en Tlaxiaco a los 18 años quedó huérfano, trasladándose a Orizaba en busca de trabajo en distintos oficios. En 1896 se casó con Paula López y a partir de  ese año trabó amistad con Ricardo Flores Magón, Filomeno Mata y otros líderes porfiristas.
Seducido por los elementos revolucionarios en 1904, se trasladó a Puerto México y más tarde a otros pueblos de los Cantones de Acayucan y Minatitlán, donde a fines de 1905 inició preparativos para un movimiento revolucionario dirigiendo uno de los tres gruesos núcleos del Partido Liberal.
Al triunfo del "Maderismo", apareció tras las rejas de la celda número 354 de la penitenciaría de la ciudad de México, pues el 26 de febrero de 1911 cayó prisionero y su segundo Cándido Donato en agonía en un hospital de Tabasco. En la Congregación de Ocosotepec, a la salida del Río Verde, fue vilmente emboscado el incansable Salas, perdiendo la vida en ese hecho el 21 de febrero de 1914.
DESCONOCIDO EN SU PUEBLO
A 103 años después, el pueblo donde nació el general revolucionario Hilario Carlos Salas, Santiago Chazumba, continúa siendo un pueblo marginado, además de que la mayoría de los habitantes de este municipio no saben quién fue el célebre personaje que es reconocido como un precursor del movimiento Revolucionario en el sur de Veracruz.
Cabe señalar, que por sus hazañas y logros se construyó una estatua en su honor, la cual se localiza en el parque central de Acayucan, Veracruz, donde hay calles, colonias y escuelas que llevan su nombre, además de que cada 30 de septiembre se efectúa una cabalgata en su memoria.
Por otra parte en el 2007, ciudadanos de Santiago Chazumba, lugar de nacimiento de Salas Rivera, develaron un busto en honor al revolucionario, proyecto que nació después de haber asistido a la ciudad de Acayucan en septiembre del 2006 donde se conmemoró el centenario del ataque a la guarnición porfirista del lugar por parte del ilustre chazumbeño.
Los mixtecos revolucionarios
A mediados de 1906, Hilario Carlos de Jesús Salas Rivera, originario de Chazumba, municipio perteneciente al distrito de Huajuapan y Cándido Donato Padua se levantaron en armas en Acayucan, Veracruz, donde los indios de la Sierra de San Pedro Soteapan estaban indignados por la hostilidad de los sucesores de Romero Rubio (Compañía Petrolera "El Águila"), quienes los despojaron de sus tierras, por lo que Salas Rivera preparó el movimiento que estalló a fines de septiembre de 1906.
Y es que diversos personajes de antes y después de la Revolución Mexicana tuvieron orígenes cercanos o lejanos en la región Mixteca. El mismo Porfirio Díaz refiere en sus memorias: Mi bisabuelo materno vino de Asturias y se casó con una india del pueblo de Yodocono, parroquia de Tilantongo, Distrito de Nochixtlán, del estado de Oaxaca; de manera que mi madre tenía media sangre india de raza mixteca.
Del mismo Emiliano Zapata, el economista Juan Gómez Bravo, en alguno de sus artículos periodísticos afirmaba, quizá sin suficiente fundamento histórico pero con una lógica que puede resultar cierta, que la madre del Caudillo del Sur, Cleofas Salazar, era hija de migrantes mixtecos de la microrregión de los Nuchitas, quienes trabajaron en las haciendas de Morelos.

domingo, 10 de febrero de 2013

El pueblo de Amatitlán se libera por sus medios de la escoria de la revolución

Entonces, vino otra gente de esa otra vuelta andaban preguntando, llegó allá al centro, dicen que le dijo el presidente que le dijera que ricos había ahí en Amatitlán, ¿Qué ricos había?, ¿dónde estaban? Y el presidente no quería decir, porque son gente de ellos, de su pueblo, no quería decir; dice —si no escribes los nombres, ¡te matamos! — y tenía miedo el presidente. Ahh que ingratos mano, fueron a una tienda onde estaba tía difunta Lupita y empezó sacar todita la gente, maletas de ropa, las cajas de jabón, de pan, de ¡toditito!, barrieron toda la casa, la tienda, ¡cabrones!


Bueno, acabaron todo, cargaron los caballos, levantaron todito, van los caballos con las cosas que llevaban y que se agarran al presidente, se lo llevaron y entonces como el presidente hablaba en mixteco con su gente dice: —-no me vayan a dejar con estos hombres que tan feo me van hacer— en mixteco, y ellos dijeron —vámonos—; y entonces los siguieron los del pueblo, los fueron siguiendo por la loma del coco, de tan rápido que iban, iban tirando la ropa, el pan , pus toda la gente los iba siguiendo, disparando, con piedras, gritando, y llegando a la loma del coco abajito nada mas ontaba la barranca, ahí fue y estaba una amate amarilla estaba re´ altísima, pero como decíamos que hay barranca, corre el agua y queda el hueco y entonces como vieron que ya venía la gente que va y que se mete uno debajo de esa amate, llegaron ahí (los del pueblo),que llegaron ahí, y de ahí se metió uno debajo de ese amate, luego llegaron ahí, estaba mirando pa arriba un hombre y cuando lo ven que le cargan rifle y lo matan y los otros los habían visto que ahí estaban, pus los mataron a todos, había un tiroteo y el presidente ya no se fue, se libró el ¡pobrecito!. Pero hacían muy feo también, eran ladrones no eran otra cosa ya no eran de la revolución, pues si ya no, eran ladrones y ahí se acabó todo y quien sabe hasta donde se sabía que Amatitlán es valiente, así se acabaron esos hombres malos.

Fuente: Relatos Históricos de mi pueblo: San Miguel Amatitlán. Autor: Juan Carlos Bonilla Durán

Batalla en Amatitlán entre zapatistas y Carrancistas en 1917

Este, ya después entonces la revolución que fue entonces, ya no aguantaba el pobre presidente tan mal le fue, que ni querían quedar, no que ahora; las milpas que sembraba la pobre gente, le robaban, se lo llevaban su maíz, tábamos chicos. Entonces, los zapatistas rodearon el pueblo por unos días y fue entonces que mandaron a uno (del pueblo) para que fuera a avisar que al pueblo lo tenían apresado y con su machetito y su mecatito, así se salvó y así fue cuando se acabó la revolución y pidió auxilio con el difunto Juan Herrera (Huerta, de Gpe. Santa Ana, Pue.), con ese pidió el auxilio porque no se aguantaba, las mujeres las muchachas se las llevaban, las mujeres se las agarraban delante de su marido, por eso el presidente no le pareció el pobre señor allá en Acatlán preguntó dónde vivía difunto Juan Herrera, que le dicen y que llega, que les pregunta, les dijo que -allá están todavía están haciendo feo-, que llama a su hijao que era Teófilo García (Huerta, Gpe. Santa Ana, Pue.), de su hijao de Juan Herrera y entonces llamó a toda su federación, —mira— dice —que con Martín (Herrera), pide auxilio Amatitlán, hay que darlo— dice. Ya el difunto Juan Herrera se vino acá ansina pa’ bajar en Yucunduchi y ya el difunto Teofilo García ese bajo pa’ Mariscala, de Mariscala se vino para acá cuando el difunto Juan Herrera tocó con el clarinete que traía; ese tocó cerca de Santa Cruz, cuando él (Teófilo) respondió aquí en Tenería, ¡ayy, la gente así andaba aquí!, ¡el revoltijo!, así andaban, ¡los ingratos!, ¡Jesús!, pero dicen que hubo una mortandad mano, ¡ qué toditos se acabaron! ¡ni uno quedo! de los que estaban ahí, zapatistas, toditos se acabaron, ya el mero viejo, el mero viejo no lo hallaban, pues que se sentó quien sabe cómo le hizo no le tocó la bala, al caballo le tocó y ya al caballo quien sabe como le hizo que lo levantó, lo rajó en su barriga del caballo y se mete adentro, se metió adentro en el caballo y ya de ahí, enton’s ya que se acabo todito; ahí mismo el animal tirado. A levantar armas y ya otro se vino pá donde están tirados y dicen que luego llegó, se paró y ve el caballo, pensó que la bala le había salido pero no partido y que empieza dicen, a desatar la montura, la montura era creo de trapos y al hacerle así al caballo entonces sale el hombre, dice:


—Amigo, no sean cobardes, no me mates— dice, —te doy mi pistola, te doy mi dinero— dice, —no digas nada, ¡déjame! — dice; pus el otro ya que le estaba dando la pistola y le agarro el dinero, ¡lo agarró!; —cállese pues— dice que le dijo, —cállese— y se fue el otro.

Y cuando el hombre se había salido, ya que se había salido y (el otro) con la montura, que serán tontos, que lo vieron los otros , que lo vieron otros soldados que salió de ahí, pegó la carrera , salió hecho un asco dicen, de adentro del caballo; ¡lo mataron!, ¡es que se vino acabar todito eso!. Porque nosotros no aguantábamos, no aguantamos todo eso. Esos llegaron llegaron al pueblo (y lo tomaron), entonces paso eso.

Y ya pasó eso y llegó la enfermedad, el tabardillo, ¡Jesús!, andaba acabando esa peste con la gente, hubo una mortandad que ni los zapatistas se querían acercar cuando les decían que había un enfermo en la casa, se iban corriendo, el pueblo se quedó vacío, nomás de repente se enfermaba la gente y caía con dolor de cabeza, vómito, diarrea y nadie se quería acercar porque se contagiaba, con un palo le daban su atole porque otra cosa no podía comer. Entonces una vez dicen que fueron a enterrar al panteón a varios que la peste había matado, hicieron el hoyo y los avientan, entonces uno que despierta, que vuelve y decía: — ¡tole!, ¡tole!, ¡tole! —. Y que agarran y dicen — ¡Que tole ni que tole! ¡Cierra l´ojo, ahí te va el tierra!, ¡Jesús!, que le echan tierra, ¡ya no se podía salvar!

Fuente: Relatos históricos de mi pueblo: San Miguel Amatitlán. Autor: Juan Carlos Bonilla Durán